Valdepeñas de Secretos.


«¿No es un secreto que los Urquijo molan esta noche en Las Ventas…? ¡Ya era hora!»


Estas palabras las pronunció el maestro Sabina justo antes de cantar a duo con Álvaro Por el bulevar de los sueños rotos ante una plaza de Las Ventas abarrotada de un público entregado a la causa en el concierto especial 30 Aniversario de Los Secretos, celebrado el 10 de Octubre de 2008. Dijo «los Urquijo», a pesar de que, de ellos, solo está, en carne y hueso, Álvaro; aunque como él mismo dice, y todos los seguidores del grupo sabemos, en cada concierto el espíritu de Enrique, fallecido en 1999, se siente en el ambiente. Y no solo molan los Urquijo. Mola la guitarra del maestro Ramón Arroyo, y mola el talento en los teclados de Jesús Redondo, y la virtuosidad del bajo de Juanjo Ramos, y la espectacular batería del polifacético Santi Fernández. Molan Los Secretos.


Los Secretos ya pasaron en concierto por Valdepeñas hace la friolera de 27 años, un 4 de Septiembre de 1989. Lo cierto es que hubiera estado bien celebrar nuestro particular 30 Aniversario; pero dio igual. Aquella vez el escenario previsto en la Plaza de Toros tuvo que trasladarse de modo improvisado al Pabellón Ferial debido, nunca mejor dicho, a las inclemencias meteorológicas y, según me cuentan (yo desgraciadamente no pude asistir), eso hizo que, como consecuencia de la horrible acústica del lugar, todo retumbara y apenas se entendiera nada. Aun así, quien asistió me dice que moló, y mucho.

Así que Valdepeñas le debía a estos artistas una segunda oportunidad de sonar como ellos saben, porque si algo les caracteriza es el sonar de modo sobresaliente. Por algo se habla de su particular y específico «sonido Secretos». Y esta noche del 1 de Septiembre de 2016 fue el momento. No hubiera estado mal que don Joaquín se hubiera asomado al atípico escenario de la Plaza de España para preguntar: «¿No es un secreto que Los Secretos molan esta noche en Valdepeñas…? ¡Ya era hora!»

Y eso que, casi como un amago de maldición cíclica, la tarde se complicó con aires de tormenta, y buena nube que cayó alrededor de la Plaza de España; aunque en esta solo unas gotas.

No puedo decir que sea imparcial en este texto. Los Secretos han sido y son mi grupo de referencia, mi faro en la deriva musical. Y no diré «la banda sonora de mi vida» porque eso, a fuerza de repetirlo mucha gente, ya queda cursi y a ellos les debe entrar la risa floja. Pero es verdad.

La primera vez que pude ver un concierto de Los Secretos fue el 6 de Abril de 1996 en Socuéllamos. Fue la única ocasión que tuve de escuchar en directo la voz desgarrada de Enrique Urquijo. Nunca se me olvidará. Después, ya sin Enrique, varias veces he seguido su rastro y he disfrutado con unas canciones sin fecha de caducidad: Talavera de la Reina, La Roda, Tomelloso, Almodóvar del Campo, Daimiel, Ciudad Real, Villanueva de los Infantes. Y qué demonios, no sé que hacen estos tipos; pero cada vez suenan mejor. Y, al menos así lo parece, y yo creo que es cierto, disfrutan más en el escenario al que tantas y tantas veces suben para emocionarnos y erizarnos el vello.

En este tren de largo recorrido 1996-2016 he podido comprobar cómo Los Secretos se han ido superando poco a poco en hacer buena música, en lograr impregnarnos de su sonido y del mensaje de sus canciones, con una fuerza que no ha decaído ni un ápice desde ese concierto de Socuéllamos del que hablo; sino que se ha modulado con la maestría que da los años de oficio. Es cierto que no lo han tenido fácil, y en 1999, con la marcha prematura de Enrique a su mundo raro, y ojalá feliz, todo estuvo a punto de caer por la borda. Pero ahí estaba Álvaro y los suyos, para reinterpretar a quien ha sido seguramente uno de los mejores letristas que ha dado la música española, y vestir esas estrofas de sentimientos a flor de piel de oficio y virtuosidad, logrando conservar la esencia de unas palabras únicas y mimándolas con un sonido instrumental de primera categoría. Y, por supuesto, ensanchando el acervo de canciones con una gama de nuevas composiciones que supuran ese sonido especial que imprimen en todos los proyectos que estos músicos se proponen.

Y ahora, toca hablar de las canciones.

El concierto valdepeñero comenzó con el halo mágico de una canción de las de siempre que han sabido adaptar a su peculiar sonido «Secretos»: Échame a mi la culpa. A continuación sonaron los acordes de una de las obras maestras de Enrique en la primera etapa del grupo, No me imagino, canción que me lleva irremediablemente a mis tiempos de estudiante universitario en Ciudad Real, y a aquellas madrugadas en las que el gran Rafa Arboleda pinchaba la canción en las madrugadas radiofónicas, «encendiendo la noche» en Cadena 100. A esta canción le siguieron Colgado y la inquietante Y no amanece, y ya para entonces buena parte del público paladeaba un sonido excelente y la entrega de unos músicos con tablas y energía. Luego vino Margarita, canción magnífica que me arrastra a mis primeros años de trabajo en Toledo, «cuando daban las veinte» y yo tenía que recordar, en la soledad del despacho, «los caprichos / esos que solo tú y yo nos habíamos dicho». Tras hablarnos de las contradicciones que se dan En este mundo raro, Álvaro y compañía encandilaron a los asistentes con uno de sus himnos más conocidos, La calle del Olvido, aquella en la que «vagan tu sombra y la mía / cada una en una acera / por las cosas de la vida». Después, en una de las canciones del último disco, nos hablaron de lo poco que queda Entre tú y yo, lo que dio lugar a plantear un Cambio de planes que supuraba melancolía. Uno de los momentos más intensos se vivió con la siguiente obra, esa canción que comenzaron a componer los hermanos Urquijo con Joaquín Sabina, quizá «en un pueblo con mar una noche después de un concierto», para luego moldearla cada uno a su más genuino estilo: Ojos de gata. Y entonces llegó el turno para otro de los himnos fundamentales del grupo, canción llena de esperanza que curiosamente escribió un Enrique que nos tuvo acostumbrados al desamor: Pero a tu lado. Y es que desde los primeros versos de la canción, Enrique lanza lo que sería una convicción casi profética, «he muerto y he resucitado», para luego darnos una de las claves de su receta, «ya no persigo sueños rotos, los he cosido no el hilo de tus ojos». De todos modos, si lo del hilo no funciona, no queda más remedio que hacer caso a la canción que sonó a continuación, Ponte en la fila, hasta que nos toque el momento de entrar En el Bulevar de los Sueños Rotos, y rendirnos a otra de las obras maestras marca de la colaboración entre Álvaro Urquijo y Joaquín Sabina, que nos agita el alma cuando nos advierte de «cómo llora Chavela (Vargas)». Y tras este tributo a México, Álvaro rendía su particular homenaje a su hermano Enrique con ese otro himno que compuso a su muerte, y que es toda una declaración de intenciones: Te he echado de menos. Así llegaba la última parte del concierto, dedicada a los grandes éxitos que siempre nos acompañaron desde que Los Secretos eran apenas unos muchachos con gran amor por la buena música y poco más, como es el caso de Nada más, canción compuesta por el «sexto Secreto», José María Granados (antiguo componente de «Mamá»). Con Buena Chica el público sufrió, sufrimos, un subidón de adrenalina al oír y presenciar la explosión de sonido de las guitarras de Álvaro y el magistral Ramón Arroyo, virtuoso como él solo, y sin mover una ceja, que no le hace falta. Tras el lamento de esas guitarras por la suerte de esa chica que no era tan mala, pero que sentía un apego ínfimo por la vida, Los Secretos recordaron sus Ojos de perdida, con el entusiamo del respetable que coreó la canción sin titubear. Después llegó otra de las joyas que compuso en su día Enrique, Agárrate a mí María, inspirada, dicen, en su hija, y que tiene la cualidad de provocar un nudo en la garganta a poco que uno se descuide. Los Secretos volvieron de nuevo a sus primeros tiempos para rescatar una pequeña joya que suele permanecer semioculta hasta que ellos la dotan de vida y magia, Otra tarde, y que nos aconseja algo que esconde muchas veces una irremediable verdad: «esta es otra tarde / y mañana es martes / es mejor que todo / siga como antes». Tras esta balada, llegaba el momento que tanta gente esperaba, el momento de cantar esa canción que, aunque nunca ha sido la preferida de los hermanos Urquijo, reconocen que les allanó buena parte del camino que les permitiría seguir con su carrera: Déjame. La Plaza de España se convirtió en un gran ejercicio de franqueza colectiva y algo cruel, al pedir «déjame / no juegues más conmigo / esta vez / en serio te lo digo, / tuviste una oportunidad / y la dejaste escapar». Después de esta confesión, todavía había fuerza de sobra para rescatar el sonido más country, melancólico y fronterizo del grupo con Quiero beber hasta perder el control (muy oportuno el lugar y momento para reclamar eso, la verdad), canción con la que uno pudo sobrellevar más o menos algunos de sus desengaños de juventud. Y por último, otra de esas canciones inmortales e incombustibles que han acompañado a Los Secretos a lo largo de sus 38 años de trayectoria, que fue coreada, a modo de agradecimiento y despedida, por toda la gente reunida en el marco único de la Plaza de España: Sobre un vidrio mojado. Vidrio de una copa mojado de buen vino, sin duda.

Chapó, chicos.

Y poco más puedo añadir sobre el concierto de Los Secretos en Valdepeñas. Su sonido exquisito y singular, la calidad de esas canciones atemporales y su entrega al público pienso que convencieron a propios y extraños. Cuando hace un par de meses se hicieron públicos los artistas que actuarían en las Fiestas de la Vendimia y el Vino de este año leí en las redes sociales algunas opiniones de jovencitos diciendo que qué rollo, que quiénes eran esos, que en este pueblo no se traía ni una «actuación decente». Bueno, si han eliminado prejuicios y se han dejado llevar, creo que más de uno, a partir de la noche del 1 de Septiembre de 2016, pensará, aunque le cueste reconocerlo, que no es un secreto que Los Secretos molan. Es lo que tienen los clásicos.

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