
Desde hace unos cuantos días me viene a la memoria de forma casi recurrente el recuerdo de una persona a la que conocí desde pequeño, y que en Noviembre de 1998 dejó de estar entre nosotros. Quizá esto suele pasar muy amenudo con las personas buenas y sabias: nos dejan demasiado pronto. Porque él era bueno y sabio, a partes iguales. A grandes partes iguales. Antonio Brotons era y es una persona muy conocida en mi pueblo, Valdepeñas, del que fue nombrado cronista oficial.
Vinatero y sabio, filántropo y autodidacta, estudioso de la Historia y del Arte. Así, con mayúsculas. Y lo admiro por ello pero, sobretodo, porque si él era una persona físicamente grande, y de cultura mayor; ya su corazón es que no le cabía en el pecho.
Tuve la suerte de que mis padres fueran amigos suyos, y de que a menudo me cruzara con él y me saludara con esa simpatía que emanaba como un torrente, o que pudiera escucharlo en alguna ocasión en la que las dos familias nos juntabamos a compartir unos aperitivos. Ahora echo de menos el no haber podido aprovechar más el tiempo en el que estuvo entre nosotros. Quizá aún era yo demasiado joven, y no valoraba todavía en su justa medida el tesoro que guardaba dentro el bueno de Antonio. Porque él atesoraba una sabiduría que derramaba a borbotones, de una forma natural, con la sencillez y modestia de quien es un sabio y aún así piensa que le queda todo por aprender. Era generoso, lo daba todo por todos; compartía su saber y su conversación a quien se lo pedía sin requerir nada a cambio.
De todo esto me empecé a dar cuenta cuando leí un ejemplar del libro sobre la Historia de Valdepeñas que escribió y que dedicó a mis padres poco antes de dejarnos. Cuánto perdimos los valdepeñeros el día que Antonio nos dejó para seguir aprendiendo y acumulando sabiduría en otro mundo raro, lejano y espero que bello. Cuánto perdimos los que teníamos la suerte de conocerle, aunque fuera un poco.
Al recordar a Antonio uno echa de menos ante todo su bondad. Los caprichosos recovecos de la memoria me traen a un Antonio grande y lleno de vitalidad en las luminosas mañanas de una primavera temprana que, cuando me cruzaba con él camino al colegio, me decía en una sonrisa: «¡ya viene por aquí el ‘chulillo’ de la calle La Virgen!» Las personas buenas son escasas; pero existen.