La verdadera historia del Marathon de Cine de Terror de Valdepeñas.

Llegan con Septiembre las Fiestas del Vino de Valdepeñas en Honor a Nuestra Patrona la Virgen de Consolación, como casi siempre con olor a mosto temprano y con el creciente trasiego de remolques y tractores entre el mar de vid que rodea Valdepeñas.

Es inevitable en estas fechas, para un valdepeñero, sentir una mezcla de alegría y emoción, salpicada también con un poco de nostalgia. Esa extraña punzada la sentí yo ayer cuando leía el programa de festejos de este año y lo comparaba con el programa de hace casi 30 años, cuando el que escribe era un muchacho tímido y del montón, con muchas ilusiones y temores, siempre en el plano del corto plazo (por no decir plazo inmediato) y buscando una mirada que me hiciese grande, como dice la canción de Maldita Nerea.

En éstas estaba cuando recordé el ya lejano Marathón de Cine de Terror que durante diversos años acompañó a los festejos propios de nuestras fiestas patronales.

Hace algún tiempo, no recuerdo bien dónde ni cuándo, leí un artículo en el que se hacía repaso, entre otras cosas, de este evento tan especial y en su día único en los alrededores. Recuerdo que no me dejó buen sabor de boca, no porque el autor tuviera mala intención, por supuesto, sino porque estaba desinformado y, por tanto, contagiaba su desinformación sobre el origen del Marathón a sus lectores. Decía esta persona que el Marathón nació y se desarrolló en el Cine Parque. Eso no es correcto, y a la Hemeroteca me remito. No es que tenga nada contra el ya clausurado Cine Parque (más aún, le guardo mucho cariño y, de hecho, creo que el encanto y comodidad que nos aportaba a muchos valdepeñeros de «a pie» no lo podrán recuperar ningunos multi-cines, por buenos que sean. Bendita sala B, gloriosa sala A y glamourosa terraza de verano); pero simplemente no es verdad. Lo sé de primera mano porque esa idea (quizá de las pocas que he tenido lúcidas en la vida) fue mía.

Para ser más concretos, la idea y puesta en marcha se desarrolló en el seno de la entonces inquieta «Asociación de Antiguos alumnos del Colegio Santísima Trinidad», o sea, los antiguos alumnos de los trinitarios. Un buen día de 1987 los componentes del «núcleo duro» de esta asociación estábamos cavilando  cómo colaborar con diversos eventos en las fiestas, para así promocionar la asociación de antiguos alumnos (y, no nos engañemos, divertirnos unos cuantos días del parón académico estival), cuando la idea de hacer un marathón de cine terrorífico se hizo fuerte en mi cabeza. Sin mucho convencimiento se lo comenté a mis compañeros y amigos y, ¡e voila!, mi indecisión fue asumida con entusiasmo por ellos, que de confianza en nuestras posibilidades tenían todo lo que a mí me faltaba. Comenzó entonces una frenética actividad, sobretodo a nivel de colaboración institucional, hasta poner en marcha el evento.

No quisiera olvidarme de ninguno de los compañeros que más esfuerzo destinaron a llevar a la realidad esta iniciativa, y pido disculpas anticipadas porque sin duda alguien importante se me quedará en el tintero. Pero también sería injusto no nombrar a algunas personas. Comenzaré por recordar al magnífico Antonio Sánchez Caminero, cuya disciplina y eficiencia en abordar las gestiones menos gratas de nuestras aventuras juveniles siempre hizo posible sacar adelante cualquier proyecto, gestiones en las que se incluyen las difíciles cuestiones de tesorería (espero que algún equipo de gobierno del Ayuntamiento, sea del color que sea, considere a esta gran persona en alguna legislatura venidera). Luego el carismático Antonio J. Almarza García, que siempre veía obvia la posibilidad de llevar a cabo lo difícil (¡y por la vía más complicada! ¡Romanticismo del bueno!¡Espíritu del 68!)También estaban en el sarao otros amiguetes: Raúl Peñalver Jiménez, José María Prieto García, Germán Barchino Sánchez (ya entonces destacaba en la organización de eventos), Justo J. Pliego Romero (que siempre daba vidilla), el entrañable José Luis Martínez Díaz, Miguel Ángel Sánchez Maroto, sin olvidarnos tampoco de Francisco Javier Maroto, que endulzó el evento varios años con los exquisitos pasteles de su pastelería familiar, el «Horno San Antonio». Hubo muchos más colaboradores dentro de la Asociación. Espero no se enfaden; pero no me atrevo a continuar recordando a más porque al final quedarán fuera muchos nombres (maldita memoria. No tengáis reparos en decírme que participásteis para añadiros en futuras modificaciones del post). En cuanto a la parte institucional, hay que reconocer el apoyo del entonces concejal de juventud Ángel Rosales, con el que nuestra asociación mantenía una relación un poco «a la gallega» y con momentos complicados; pero a quién es justo reconocer su mérito porque al final, mejor o peor, las cosas salían.

La organización, como toda primera edición de un evento colectivo, y más en aquellos tiempos, fue francamente mejorable. Pero hay que decir que las deficiencias fueron suplidas, sobretodo por el numerosísimo público asistente, con comprensión y muy, muy buen humor.

Así, el I Marathón de Cine de Terror de las Fiestas del Vino de Valdepeñas se celebró en la aún no remodelada Casa de la Juventud el lunes 7 de Septiembre de 1987, a las 22 horas (adjunto recorte del Diario Lanza). Y fue organizado por la Asociación de Antiguos Alumnos de los Trinitarios.


Es de destacar un hecho obvio; pero en el que algunos no habréis caído aún. Los medios (técnicos) no eran los de ahora. No había DVDs, ni cañones de luz como los de ahora, ni equipos de sonido envolvente, ni Internet, ni Wi-Fi ni teéfonos móviles…. Fue complicado montar esto, en serio. Hubo que hacer un extraño apaño para que unas cintas de VHS se vieran simultáneamente en una televisión instalada en el patio del Centro de la Juventud y en un salón de actos interno que se llenó hasta la bandera a pesar de los treinta y tantos grados de temperatura. Hubo cortes de proyección, algún aviso comunicado a través de una rudimentaria megafonía en la que no se distinguía nada de lo que se decía, mucho calor, y unos chavales de unos 16 años intentando lidiar con todo. Eso sí, también hubo pasteles de nuestro genial amigo Javi que volaron, un número de nuestra revista de la asociación («Zenit») que nos apresuramos a vender (¡una revista hecha artesanalmente, con corta y pega literal de pegamento supergén y fotocopias en formato B4), mucha paciencia por parte del público que abarrotó el recinto, y muchas ganas de pasárselo bien desde el respeto y la comprensión de que nuestros medios eran pocos y rudimentarios (sí, ya lo he dicho antes; pero es que echo en falta tanto ésto ahora…)

Qué narices. La gente salió contenta y eso es lo que valió. Es cierto que aún no encuentro explicación a cómo pudo suceder; pero fue así.

Al año siguiente, 1988, repetimos la experiencia pero, al ver que la Casa de la Juventud se había quedado manifiestamente pequeña, montamos el «chiringuito» en el extenso patio del Colegio Santísima Trinidad. Logramos (no sé cómo ni gracias a quién) utilizar uno de los primeros y costosísimos cañones de luz que sólo proyectaban con nitidez al anochecer, y un equipo de sonido que no retumbara demasiado y que se escuchara bien… si se mantenía más o menos el silencio. Lástima que no pueda añadir a este post varias fotos del lugar horas antes de comenzar el Marathón (no las encuentro), pero os aseguro que tenía un no sé qué que qué se yo… Los pasteles de Javi y un bar casi improvisado con latas de refresco hicieron mucho más llevadera la velada. Nunca agradeceré a los PP trinitarios suficientemente el habernos dado permiso para utilizar el colegio como gran cine de verano (sé que eran un poco reticentes, y no me extraña). Al final, todos los ingredientes crearon un clima que a mí, sentado en el suelo y viendo por primera vez «El exorcista», me pareció simplemente mágico. Fue el ideal de Marathón que yo tenía en la cabeza. Adjunto comentario del Diario «Lanza» del 28 de Agosto de 1988.


Al año siguiente parece ser que hubo alguna queja por parte del cine local (¿competencia desleal…? No creo, en el Marathon no se cobraba y no eran películas de estreno. Ahora, en estos tiempos la SGAE nos hubiera empapelado), lo que nos llevó a organizar la III edición en las instalaciones de la Terraza de Verano del propio Cine Parque. Nuestra asociación se hizo cargo del bar (con los ya famosísimos pasteles del Marathón del Horno San Antonio), mientras que el cine proyectó las películas como Dios manda. Y el público, sentado en sus butacas (esas butacas verdes de chapa que lograban obtener la cuadratura del círculo de la región glútea), como debe ser. Sí, sí, definitivamente todo como mandan los cánones…

Pues sólo puedo lamentarme y cagarme (con perdón) en los cánones que mandan. Porque, en mi modesta opinión, con estas componendas se perdió la gracia. Así de sencillo. Ya no era mi idea, era una actividad comercial más. Sin magia. Y dado que el cine es magia, algo en mi interior me empujo a que a partir de entonces me desinteresada por el evento (mi criatura…) tanto que ni siquiera volviera a asistir a alguna nueva edición del Marathón de Cine de Terror de Valdepeñas. Bendita inocencia perdida. Creo que siguió celebrándose unos años más, no sé cuantos, organizado ya en exclusiva por el Cine Parque. Y en algún momento desapareció. Nada es eterno, nada permanece, amigo Heráclito.

Bueno, espero que al menos se os haya hecho amena esta modesta pero verdadera historia sobre los orígenes del Marathón de Cine de Terror que se celebró en las Fiestas del Vino de Valdepeñas a finales de los 80. Quién pudiera volver 26 años atrás y estar sentado en el suelo del patio del colegio de los Trinitarios, mi colegio, con una gran pantalla hecha de sábana delante. Y volver la cabeza al público y ver a la gente mirando hipnotizada al frente, con los hombros arropados con alguna rebeca o jersey porque en Septiembre ya refresca por las noches cada vez más largas. Y cruzar la mirada con unos ojos grandes, oscuros y bellos. Y creer que esa era la mirada que yo buscaba, que necesitaba encontrar, y que me haría grande. Y al sentirme grande  no experimentaría jamás miedo ante las convulsiones y vómitos de esa niña tan fea que, tras la pantalla de tela cosida improvisadamente, hablaba en extraños idiomas desafiando al Padre Damien Karras.

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