El atardecer, envenenado de un cortante aire gélido, me sorprende enfilando la Avenida de Gregorio Prieto. Las sombras prematuras del invierno despiertan a la lánguida luz de las farolas a la altura del cruce de San Marcos. A mi derecha se extiende la Plaza de la Independencia, desierta, con los columpios vacíos pidiendo risas de niño, las ramas de los árboles desnudas. A mi izquierda, haciendo esquina con la calle de San Marcos, la casa de la singular Consuelo Rodero. Parece que la esté viendo ahora mismo, delgada hasta el extremo y con su mirada profunda; a menudo un cigarro en la mano, y siempre una palabra amable para mí. No se ve luz tras los cristales de las ventanas.
Y en medio se alza ella, desafiando las bajas temperaturas, extendiendo con firmeza el brazo justo hacia el camino por el que he llegado hasta allí, o sea, la salida Norte de Valdepeñas por la Avenida del Vino (o de Las Tinajas), camino de Manzanares. Su gesto, severo, casi adusto. Es La Galana.
No sé bien si es ese frío seco arrastrado por las rachas de viento, o la visión casi mística de la escultura, o simplemente la imaginación desbordada, lo que me hace sentir un escalofrío cuando cruzo la calzada y llego a la ermita de San Marcos, con sus paredes blancas, una corona de laurel marchita a la izquierda de la puerta de barniz devorado por el sol y coronada por un rosetón; semiengullida con insolencia por el edificio de ladrillos adosado a su lateral. Y es que me encuentro en uno de los núcleos latentes de nuestra ciudad, emparejado por siempre a una fecha clave de nuestra Historia.
Porque, si alguna fecha tiene un significado especial para todos los valdepeñeros, esta es la del 6 de junio de 1.808. Hay acontecimientos que se graban a fuego en la memoria colectiva de un pueblo, que marcan su devenir y forjan su espíritu. Los acontecimientos de ese día de hace más de 200 años fueron los nuestros.
Aunque todo comenzó mucho antes. Según García de Cortázar, los antecedentes de todo lo que ocurrió podrían situarse en la propia Revolución Francesa, que supuso la caída de la Monarquía de Luis XVI a golpe de guillotina, y la instauración de la República. Esto sirvió para que Carlos IV, en España, se sintiera libre de ligaduras con respecto a Francia y, de paso, de la mano de Godoy, le declarase la guerra al país vecino.
Pero las cosas no salieron como se esperaba y en 1.795 se tuvo que firmar la Paz de Basilea, reestableciéndose una alianza franco-española para luchar contra el enemigo inglés, acechante de nuestras posesiones de ultramar. Metidos en esta alianza oscura, Napoleón Bonaparte, autoproclamado Emperador de Francia, convenció a Godoy en 1.807 de la necesidad de que sus tropas atravesaran los Pirineos para marchar a Portugal a combatir contra las tropas lusas, aliadas de los británicos. Godoy picó el anzuelo, materializado en el Tratado de Fontainebleau de 27 de octubre.
La realidad ya la conocemos: las tropas galas se instalaron en España, fundamentalmente para apropiarse de ella. Con lo que no contaban los franceses era con que el pueblo español, a la hora de la verdad, era muy suyo y bastante menos acomplejado que Godoy, y optó por no ponérselo fácil a las arrogantes casacas azules. Así pues, el pueblo se levantó en armas, dando comienzo la Guerra de la Independencia.
Madrid fijó su fecha de máximo sufrimiento, pero también de gloria, el 2 de mayo de 1.808. La noticia de la sublevación madrileña corrió como la pólvora extendiéndose por gran parte de España, ayudada obviamente por los irreconciliables enemigos de los franceses: los ingleses.
Ocurrió que el levantamiento en armas del pueblo español contra la ocupación francesa fue tan virulento que parte de las tropas gabachas quedaron arrinconadas en el sur de España; contingente que, atemorizado, pidió ayuda a su carismático líder y emperador, que envió hacia Cádiz refuerzos encabezados por el General Dupont, con el objeto de romper el bloqueo inglés y su acoso sobre la armada de Rossilly y evitar la organización de las fuerzas comandadas por el General Castaños.
Pero claro, había que pasar por pequeños pueblos y villas… como Valdepeñas.
Por aquel entonces Valdepeñas no atravesaba su mejor momento, como explica Cristina Galán en el segundo volumen de los libros dedicados a Valdepeñas y la Guerra de la Independencia editados por el Ayuntamiento de la ciudad. En 1.804 se había iniciado una profunda crisis en la España agrícola, motivada por las malas cosechas, las epidemias de paludismo y viruela, y el abandono de cultivos y oficios agrícolas; y agudizada por la especulación y abuso de los poderes públicos, que originaron una desproporcionada subida de los precios de los alimentos básicos. Este fue el caldo de cultivo para que pronto creciera el odio y rechazo hacia unas tropas napoleónicas llegadas en 1.807 y que, desde la situación privilegiada que les concedían las armas, saquearon y esquilmaron sin el menor reparo los pocos recursos del pueblo.
La vanguardia de la expedición francesa atravesó Valdepeñas sin dificultad el 27 de mayo de 1.808. Pero las tropas galas cometieron un error: el saqueo de la Iglesia de Aberturas, donde se veneraba a Nuestra Señora la Virgen de Consolación. Esto, junto a las hirientes noticias de los excesos cometidos por los franceses en los pueblos del Camino Real que iban atravesando, como el destrozo de los ornamentos de la Iglesia de Santa Cruz, y las noticias procedentes de Madrid que habían transmitido los arrieros que llevaban vino a la Villa y Corte, condensaron la gota que colmó el vaso.
Como narra Antonio Brotons, tuvieron que influir bastante en el ánimo de los valdepeñeros las palabras que el coadjutor de la Iglesia de la Asunción, don Juan Antonio León, conocido como el Cura Calao, dirigió a los feligreses el día 31 de mayo con motivo del traslado en procesión de la Virgen de Consolación a este templo, procedente de la saqueada Iglesia de Aberturas. Se prendió la mecha y se nombró la junta local de defensa. El conflicto estaba servido.
La junta local de defensa estaba formada, además de por el Cura Calao, por el joven Manuel Madero Candelas (el Contrabandista), Miguel de Gregorio (el Mercader), por una veinteañera soltera llamada Juana Galán[1] (la Galana), y por otros seis vecinos: el alcalde segundo, Juan Rojo y Baylón; y los concejales Juan Flores, Francisco Domingo Valiente, José Casero, Alfonso Molero y José Pareja[2]. Sabían que la muerte sería el precio que probablemente habría que asumir; pero se prometieron que ningún soldado francés volvería a poner en peligro a nuestra Virgen de Consolación.
Siguiendo con el magnífico relato de Cristina Galán, durante la tarde y noche del 5 de junio los vecinos de Valdepeñas se prepararon para la inminente batalla, centralizándola en la calle Ancha, para lo cual bloquearon bocacalles y levantaron barricadas. Las mujeres organizaron la asistencia a niños y heridos en las cuevas de las casas, además de reunir todo tipo de armamento y utensilios de defensa.
En la temprana mañana del lunes 6 de junio, los franceses permanecían apostados en el cerro de Las Aguzaderas, con la intención de atravesar Valdepeñas. Las tropas francesas conta-ban con 500 unidades de caballería, dos escuadrones de dragones de 260 hombres y un escuadrón de 70 infantes huidos de Santa Cruz. A su encuentro acudieron el Cura Calao y el Contrabandista como comisión negociadora; comisión que explicó al General Liger-Belair que los vecinos se oponían al paso de sus tropas por dentro del pueblo. El militar francés respondió con desdén que poco podían hacer los valdepeñeros por impedirlo. El Cura Calao respondió con una frase ya célebre en la épica local: “La falta de armamento la suplirá nuestro pecho.” No hubo acuerdo y las campanas tocaron a rebato.
El combate comenzó a las nueve de la mañana, en la entrada de San Marcos. Los vecinos suplieron la falta de armas con mortales trampas para malherir a jinetes y cabalgaduras: tensas maromas cruzando de lado a lado la calle Ancha; vidrios, clavos y todo tipo de enseres punzantes enterrados en el suelo; y escopetas, trabucos, piedras y calderos de agua y aceite hirviendo lanzados desde los tejados. Por su parte, los franceses incendiaron unas 100 casas, además de entrar en numerosas viviendas y acabar con la vida y provisiones de sus habitantes. El epicentro de la contienda fue, en efecto, la calle Ancha, en el tramo entre las ermitas de San Marcos y San José.
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“La Gesta del seis de junio”, obra del pintor Eugenio L. Bonell. |
A las seis de la tarde, el valdepeñero Luis de Valdelomar ondeó la bandera blanca desde el campanario de la Iglesia de la Asunción. Posteriormente se firmaron capitulaciones y ambos bandos tuvieron tiempo para enterrar a sus muertos.
Del lado de Valdepeñas, según el archivo parroquial de la iglesia de La Asunción, hubo treinta y cuatro fallecidos, veintiocho de ellos valdepeñeros, incluyendo tres niños de corta edad. Por el lado francés, el General Liger-Belair informó de cuarenta y siete soldados muertos y once heridos.
La consecuencia más palpable de estos hechos fue el retraso de los planes del ejército francés; lo que fue decisivo para inclinar la balanza del lado español en la batalla de Bailén, al verse el General Dupont sin los refuerzos esperados y, a su vez, retrasar la llegada al Sur, lo que propició que las tropas galas perdieran la contienda en Cádiz. El General Castaños lo afirmó: “Valdepeñas hizo el servicio más grande que pudiera imaginarse, en obsequio de la independencia de la Nación.”
No obstante, como conclusión de este episodio, me quedo con las reflexiones del oficial y negociador francés en aquel día, Maurice Tascher, que también recoge el libro de Cristina Galán:
“Cuando la poesía y las bellas artes celebran la victoria con tanta pompa y brillantez, cuando la representan con atractivos tan seductores, esconden la verdadera cara del cuadro: la victoria es una diosa ávida de carnaza; su laurel es solo una rama de ciprés hastiada de sangre y bañada de lágrimas.”
Pocos días después, la villa de Valdepeñas volvería a ser ocupada por las fuerzas invasoras.
Notas:
[1] La pertenencia de Juana Galán a la Junta de Defensa es sólo avalada por la tradición oral, pues no existen documentos que acrediten tal hecho, como apunta Cristina Galán.
[2] También apunta Cristina Galáncómo el Alcalde Mayor, Francisco María Osorio y Becerra, mantuvo una posición ambigua y temerosa y, según algunos testimonios, ni negoció con los franceses, ni encabezó la batalla, permaneciendo escondido hasta su final, ni estuvo presente en las capitulaciones.
Bibliografía:
Brotóns Sánchez, A. (1998) Apuntes históricos de Valdepeñas, Ayuntamiento de Valdepeñas, Valdepeñas.
Galán Rubio, C. (2003) Valdepeñas: Guerra de la Independencia (Seis de Junio de 1808) Volúmen II, Ayuntamiento de Valdepeñas, Valdepeñas.
García de Cortázar, F. (2002) Historia de España. De Atapuerca al Euro, Planeta, Barcelona.